miércoles, 7 de mayo de 2008

Una carta para Damasito

Mi querido amigo Oscar ha escrito esta carta en honor a su padre, recientemente fallecido. Debido a que por diversas razones la muerte anda rondando a mis amigos y seres cercanos, quiero publicar esta carta, reflejo de un corazón dolido, a la vez que transmito mi más profundo pésame por la muerte de su padre.


Una carta para Damasito
“Ustedes siempre deben llevarse bien. Los hermanos no pelean”. La frase se hizo común y extendida en el tiempo. El tiempo que transcurrió hasta demostrarnos que nada es para siempre y nos hizo comprender, nuevamente, lo tenue y antojadiza que es la vida.
Cierto es que de este mundo nada nos pertenece; que lo poseído no es más que un préstamo trivial, con funestas e imprecisas exigencias de pago.
Quizás por eso sufrimos y lloramos lo perdido, cuando más acostumbrados estamos. La vida y el tiempo suelen juntarse para enrostrarnos que las decisiones que trascienden lo frívolo y terrenal, corresponden solo a un ser de existencia y cálculos supremos.
La muerte nunca dejará de ser un misterio indescifrable; doloroso y recargado de angustias inevitables, aun para quienes creemos, sin titubeos ni debates probatorios, en un Dios de sabidurías y grandezas inconfundibles. La muerte nos lleva y nos trae a dimensiones inexploradas. Sumerge y sacude nuestros egos. Nos hace vivir lo nunca vivido; revuelve y perturba nuestro ser y obliga a pensar en ella con el miedo y la incertidumbre que nacen frente a realidades desconocidas.
“Una Carta para Damasito”. Así fue como se nos ocurrió nombrar las palabras que hoy describen nuestros corazones quebrados y revestidos de penas ocultas. Inútil es batallar con las lágrimas que desbordan su cauce y mojan nuestro interior destrozado.
Su fallecimiento sorprendió nuestras vidas y causó heridas profundas. Cuán lejos teníamos que padecía una enfermedad terriblemente devastadora e inmisericorde; que lo postró y dominó hasta matarlo con zarpazos asesinos y demoledores. A penas pudimos ser testigos de su muerte.
Engañados todos, papi seguía haciéndonos reír con las ocurrencias que contentaban nuestra inocencia y armonizaban con el calor de un hogar regido por conductores responsables y entregados sin medidas. Leía sus periódicos, indagaba nuestra cotidianidad y se fascinaba degustando los moros de habichuela y guandules que tanto le gustaban; continuaba instalando temas diversos para producir discusiones casi siempre de corte intelectual, y nos visitaba con la frecuencia del padre prudente y celoso vigilante de sus crías. Pero se nos moría de a poco y sin darnos cuenta. ¡Quién imaginaría así su muerte!
Un día, de esos que llegan y pasan y vuelven a pasar, papi llevó sus ya debiluchas manos a su rostro famélico y fatigado por una lucha desigual, y lloró su talvez indeseada partida. Nosotros lo acompañamos y lloramos con él. Improvisamos, sin querer, una partida conjunta que nos destrozó por dentro.
Ese momento y otros que antecedieron su muerte ayudaron tanto su ida, que su última mirada se perdió en el vacío casi de manera imperceptible. Murió como quiso: regocijado por tener a su lado la presencia de quienes tenemos la certeza de que Dios lo hará descansar en el lugar en que un hombre de manos fuertes, agricultor por naturaleza y padre de mil batallas, se merece.
Papi, su último respiro corrió como fuego en yerba seca por los campos arroceros del Cotuí que usted tanto añoró hasta el último minuto de sus días. Sus entrañables amigos, compadres, comadres y ahijados recibieron acongojados la noticia de que ya no volverán a ver al hombre alegre, al político, al papá exigente, al veterano jugador de dominó, al trabajador incansable y al dirigente gremial y comunitario. Sin embargo, los gratos recuerdos del campesino luchador y honrado hasta la muerte, permanecerán como un legado imperecedero y multiplicador.
Que Dios lo bendiga y cuide, por siempre. Hasta pronto, papi.
Si algo he aprendido en esta vida es a aprovechar cada minuto de ella y agradecer los momentos felices juntos a nuestros seres queridos. Mañana puede ser tarde y llenar una tumba de flores no llenará ese vacío...

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