Un panorama gris, de desierto. Miles y miles de muros de ladrillo sin vida, sin color, sin estética ni emoción. Quedé horrorizada. La pena de dejar mi verde tierra y mi mar azul para cambiarlo por este panorama gris de desierto, con hierbas secas y mucho polvo.
Quizás por eso, de tanto quejarme de Madrid (al parecer es la primera costumbre que aprendí aquí) mi amigo Manuel me llevó a Sol. Allí, entre sus edificios de al menos un siglo de antiguedad y la variedad de estilos y diseños arquitectónicos comencé a querer a Madrid. Ya no me pareció tan fría, gris y desolada. (Eso no significa que todavía no lo piense. Definitivamente el buen y armonioso diseño urbanístico huyó hace un tiempo de la ciudad, pero que le vamos a hacer...)
Y hoy, un año después, con sus pro y contras no puedo dejar de querer a madrid. Hemos desarrollado una relación de amor-odio bastante compleja. Ya veremos lo que nos depara juntos el destino...
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