viernes, 11 de septiembre de 2009

El estigma del Extranjero

Me prometí a mi misma que no hablaría de esto. Que no valía la pena porque lo hecho, hecho está y que no se puede exacerbar los prejuicios ya latentes. Me prometí a mi misma que simplemente olvidaría, que no me permitiría encasillarme en el estigma en que vivimos los viajeros. Pero no puedo.
Esto me corroe como el veneno y una semana después del hecho, me sigue doliendo, sigo tan enfadada y con tanta ira en mi interior que no puedo evitar que se me salten las lagrimas de la impotencia.
Intento convencerme de que es, de que fue, una tontería, que me sentí así solo porque nunca lo había vivido, pero la verdad es que no lo creo así. He vivido situaciones parecidas y nunca me había sentido tan mal. No me malentiendan, a lo mejor era solo el cansancio de un día de trabajo y cinco horas de viaje en autobus. Las ganas de dormir y de que me dejaran en paz también influyeron, pero bueno, así es la vida de subjetiva...
Era el único fin de semana libre que tenía de vacaciones en este verano. Iba a conocer Granada, famosa ciudad andaluza, conocida mundialmente por ser la ubicación de la Alhambra.
Llegamos a la estación de Autobuses de la ciudad a las 12:40 de la noche. Al bajar del autobus, saco el móvil para llamar a mi amiga (y compañera de viaje) para decirle que ya estaba en la ciudad, es que estaba preocupada por que llegué tan tarde a una ciudad desconocida.
Al colgar el móvil se me acerca una oficial de policía (no podría decirle señora ni aunque me obligaran) y me dice que están haciendo un control policial y que necesita ver mi documentación. No es la primera vez que pasa, en Madrid es el pan de cada día. Le das el DNI, llaman al control, verifican que no te lo has robado ni falsificado, que eres tú de verdad y te lo devuelven mascullando un gracias o un perdone las molestias (algunos, otros ni te miran, como si fueras basura) que parece atragantarlos. (En este tema soy subjetiva, he tenido bastante de la burocracia madrileña).

Pero esto no era un control policial 'estándar'. Además de pedirme mis documentos me hicieron vaciar la mochila que contenía mi equipaje y mi bolso en medio de la estación y revisaron prenda por prenda (incluyendo bragas y brassiers —sujetador—) para comprobar que no llevaba drogas. No me hubiese importado si a todos los del autobús le hubieran hecho el mismo 'control'. Pero no. Solo retuvieron a cuatro personas. ¿Adivinan quienes? Los cuatro extranjeros de color del bus. Dos chicos claramente africanos, una portuguesa, que al parecer tenía la residencia en trámite por lo que también le toco ir al baño a desnudarse frente a una policía, y yo.

Después de preguntarme un millón de cosas absurdas como donde vivo, que estudio, de donde vengo, etc (si, absurdas porque si estuviera ilegal o con documentación falsa me la sabría de memoria y no sería tan estúpida de decirle al policía que estoy ilegal), el policía al ver mi indignación quiso suavizar las cosas y me dijo que no era por ser inmigrante sino porque era una chica que viajaba sola de noche. Me hubiera reído en su cara pero la verdad no tenía mucha gracia. Así que después de responderle que le fuera meter ese cuento a su madre (o al idiota de turno) le sugerí que su 'excusa' empeoraba las cosas porque además de racista era machista. ¿Qué pasa, que no puede una mujer viajar sola de noche sin ser una mula? Realmente se puede ser tan idiota (o tan estereotipado?).


No se si es mi lógica pero entiendo que los narcotraficantes son también seres pensantes que calculan probabilidades y sabe que es más probable que paren a un inmigrante que a alguien con 'aspecto de español'. Igual que es más fácil que una chica sola llame la atención sobre si misma, que acompañada.

El caso es que me indignó. De una forma inexplicable. Me sentí humillada. No les basta la burocracia, los aros que te hacen pasar para darte un papel (o la seguridad social, el NIE, una autorización de regreso, el empadronoamiento, etc) el mirarte por encima del hombro, el suponer que eres camarera o doméstica por ser latina, el que resaltes en algunos pueblos, el que la gente se te quede mirando como si hubieras salido del circo solo por ser de color (y que conste que yo no soy tan negra como son muchos andaluces), el tener que escuchar las quejas porque los extranjeros venimos a ocupar los puestos de trabajos de españoles (como que su Gobierno no hubiera tenido que buscar extranjeros porque había puestos que nadie quiere hacer). En fin, que me indigné de tal forma que cada vez que pienso en mi viaje a Granada no recuerdo las maravillas de La Alhambra, ni los bazares que visité, ni la foto que me hice vestida de árabe, ni lo que ví, ni lo que comí. Solo recuerdo ese trago amargo que sembró en mi la idea de que la tolerancia en España es una utopía, un cuento de hadas y que si abres bien los ojos puedes encontrarte en una pesadilla...

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